Dulce y delicadamente,
te tomé entre mis brazos, mi amor.
Te besé con gran delicadeza y con exquisita ternura.
Percibí, sin disponer de un precedente,
la suavidad de tus mejillas,
la calidez y la tibieza de tu inigualable aroma,
sintiendo un incondicional y puro amor.
Los latidos de mi corazón se hicieron más presentes,
quizás consciente de que,
a partir de ese instante,
me tornaba en tu protector,
acrecentándose mi responsabilidad.
Concluías un periodo, arribando a este mundo nuestro,
y, ahora, pasados estos años juntos,
cada vez que te digo y repito, en ocasiones,
siendo un pesado, “te quiero, hijo”
de emoción me llena tu habitual y rápida respuesta,
“yo también a ti, papá”.
Paco Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar con tus comentarios.
Para evitar cualquier tipo de SPAM y/o mensajes ofensivos, antes de ser publicados, deberán ser aprobado.
Un saludo,
Paco Fernández