Puede que, lo que a
continuación me dispongo a describir, no sea del agrado de alguno de
mis compañeros de profesión pero, igualmente y, a pesar de ello,
voy a intentar narrarlo de la forma más clara y precisa posible.
¡Creerme, por favor!; hubiera deseado no tener que hacerlo. Me
limito, únicamente, a contar, a escribir aquello que yo mismo vi y
oí, lo que presencié. No me lo han dicho. Fui testigo y, en cierto
modo, protagonista de ello.
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La Regenta con La Catedral |
Quisiera comentar,
antes de nada, que aquí, en Oviedo, existen las paradas de taxis. No
todas las ciudades las tienen. Los taxistas, tras finalizar un
servicio, solemos acudir a una de ellas, normalmente a la que se
encuentra más próxima. Allí nos vamos colocando por riguroso orden
de llegada. Puede ser que sea en línea, si la parada tiene esta
distribución (la gran mayoría), o en batería, en cuyo caso
preguntamos a los compañero quien llegó el último para conocer en
qué orden nos toca alquilar a un cliente que solicite un servicio.
Por otra parte, en
esta ciudad somos unos 600 trabajadores del taxi. No es de extrañar
que en un colectivo tan numeroso haya un poco “de todo”: algunos (la
inmensa mayoría) nos dedicamos a desempeñar nuestras funciones de
una forma correcta y totalmente profesional. Somos amables y atentos
con los clientes, les damos conversación si ellos nos la solicitan,
ayudamos en lo que podemos, especialmente a la gente mayor, etc. Como
debe ser. Estamos de cara al público y vivimos de ellos. Sin
embargo, existe una minoría, muy pocos, que no actúan de igual
modo. Se portan pésimamente con quienes les van a pagar, en
ocasiones, quizás les cobren lo que no deben, les dan malas
contestaciones, etc. Se creen que están haciendo un favor al
cliente, cuando, en realidad, es al revés. Esta forma de actuar,
además de demostrar que son malos profesionales, prueba que, como
personas, tampoco hay mucho a qué acogerse. Insisto, deseo que
quede muy claro: la gran mayoría de taxistas, prácticamente todos,
no solo no compartimos estas conductas nada éticas de nuestros
compañeros, sino que las reprobamos por completo.
Sucedió hace unos
tres o cuatro años. En la madrugada de un fin de semana cualquiera,
sobre las 4 ó 5 A.M. Aquella noche había mucho ambiente en las
calles, en los bares, especialmente en el casco antiguo. Por lo
tanto, el trabajo que teníamos era cuantioso. Un grupo de taxistas
nos encontrábamos charlando animadamente, esperando en una parada
para ser alquilados. De pronto, se presentó una chica joven, de unos
20 años. Se dirigió a nosotros y preguntó que con quién iba. Uno
de los que allí estaba, con una gran chulería y de forma muy
maleducada, le contestó, entre una serie de palabras malsonantes,
que con él, que si no le valía. La chica, por la forma de
responderle, no es de extrañar que tuviera dudas sobre si realmente
era a él a quien le tocaba e insistió de nuevo. Ese fue su enorme
y único error.
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Noche de fiesta en el casco antiguo |
A partir de este
desafortunado instante, aquel sujeto, comenzó a insultarla y a
decirle cosas de forma totalmente grosera, humillante y con un enorme
desprecio. Por supuesto, no voy a reproducir aquí aquellas vulgares
y soeces palabras. Esta, la chica, se quedó sobrecogida ante la
reacción del taxista que, por otra parte, ni siquiera la conocía.
Parecía no saber muy bien qué hacer. Mi impresión fue que estaba
asustada y no daba crédito a lo que le estaba sucediendo, allí, de
repente, en muy poco tiempo. Al fin y al cabo, ella sólo deseaba
tomar un taxi para irse a su casa a descansar…Y, ¡vaya por Dios!;
había tenido la mala suerte de toparse con aquel energúmeno que no
la quería llevar y, encima, la insultaba, la “machacaba” y se
metía con ella. Quisiera resaltar que era una joven muy educada y
amable; tampoco se le apreciaban signos de haber bebido alcohol.
El caso es que,
…encima, por si con uno no era suficiente, se sumó a las
descalificaciones e insultos otro de los taxistas que allí se
encontraba. Los dos, por igual, llevaron a cabo un acto de verdadero
maltrato psicológico, de vandalismo completamente irracional y
merecedor de la máxima repulsa y el absoluto rechazo de cualquier
persona de bien, de cualquier persona “normal”. Observando
actitudes como esta, me convenzo más de que a algunos deberían
prohibirles realizar trabajos que requieran un trato con el público,
con sus semejantes. A estos dos, en mi opinión, tendrían que
retirarles de por vida el carnet de taxista. No están APTOS para
ejercer como tales. De ello debería ocuparse el Ayuntamiento, que
para eso tiene las competencias en esa materia.
Tras unos momentos
de duda e incredulidad por mi parte, me dirigí entonces a la chica y
le dije que, aunque no me tocaba alquilar, si ella quería, la
llevaba. Se quedó fijamente mirándome, con cara de sorpresa y
asustada. Su expresión denotaba una gran desconfianza, mucho recelo.
Por lo tanto, yo, a la vez que abría la puerta del coche, le
insistí:
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Módulo sobre un taxi de Oviedo |
- ¡Confía en
mí, mujer!. Si quieres marcharte de aquí, te puedo llevar
Accedió entonces a
ello. Apenas se había sentado en la parte trasera del taxi, tras
indicarme su dirección, rompió a llorar. Como una desconsolada.
Sinceramente, creo que, como jamás había visto llorar a nadie.
Estaba derrumbada, abatida psicológicamente después de aquel trance
por el que había pasado, sin buscárselo. Durante un rato, decidí
mantenerme en silencio, sin pronunciar ni una sola palabra. Tampoco se me
ocurría qué decirle para tranquilizarla. En aquel momento no me
pareció oportuno tratar de convencerla de que no todos los taxistas
éramos de aquella manera.
Insisto, una vez
más: “la inmensa mayoría de
nosotros, no nos comportamos nunca de ese modo. Todo lo contrario;
trabajábamos de forma honrada y siempre tenemos una actitud
totalmente intachable y honesta con los clientes”.
Al final, después
de todo, hablé con nuestra amiga. Incluso, estuvimos unos minutos al
lado de su casa comentando lo ocurrido. A pesar de que no dejaba de
llorar, traté de animarla y de convencerla de que no se quedase con
un mal concepto de los dichosos taxistas. Le aconsejé que, a estos
dos tipos, no les dedicase ni siquiera unos pocos segundos de su
tiempo, que no se los merecían. Que se fuese a su casa, que
intentase dormir algo y descansar. Que seguro que al día siguiente
lo vería todo de otra manera y que pensase en ello como una
desagradable anécdota por culpa de unos indeseables carentes de personalidad y de principios.