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“Aquel que desee convertirse en maestro del hombre, debe empezar por enseñarse a sí mismo antes de enseñar a los demás; y debe enseñar primero con el ejemplo antes de hacerlo verbalmente. Pues aquel que se enseña a si mismo y rectifica sus propios procedimientos, merece más respeto y admiración que el que enseña y corrige a otros, eximiéndose a él mismo. “, Louise Hay – Escritora, oradora y editora estadounidense -
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- Ahora SI. Me ha gustado; así es como tienes que hacerlo siempre. No se te olvide, - dijo Víctor
- Bueno, …entonces, …vamos…
¿Qué era lo que querías?, - prosiguió
Este era el final; …el final
de una anécdota que me ocurrió cuando tenía unos 12 ó 13
años. La recuerdo muy bien y con gran detalle. Nunca se me olvidará. …Y de
ella, creo haber recibido una buena enseñanza. Al fin y al cabo, de eso se
trataba. Era, ni más ni menos, lo
que perseguía Víctor: ¡Enseñarme!.
Víctor, trabajaba en una
empresa dedicada a la venta de materiales de construcción ubicada en LaCaridad, a 3 kmts. de Valdepares. En ese momento, yo me encontraba cursando 7º
u 8º de Educación General Básica en el colegio, por entonces llamado “ Arcangel
San Miguel “ ( hoy el " C.P. Jesús Alvarez Valdés " ), en la misma localidad.
Una de las asignaturas de aquel año era “ Plástica “, por lo que recibimos el encargo de nuestra
profesora, a modo de deberes, de realizar, cada uno en su casa, el busto en
escayola de un personaje histórico, cuyo molde ella nos facilitaría. ¡Chupado!.
¡Era algo muy sencillo!. Consistía en hacerse con escayola en polvo, diluirla
en una poquita de agua, obteniendo como resultado una especie de cemento
pastoso que depositaríamos, esparciéndolo totalmente por el molde y dejándole secar y fraguar durante varias
horas. ¡…Y ya estaba!. Eso era todo. Parecía sencillo.
El caso es que, no sé cómo,
pero me enteré de dónde podía conseguir el material que necesitaba, es decir la
escayola, y hacía allí me dirigí. Cuando llegué vi que la puerta de aquel local
estaba abierta y muy cerca de ella había un mostrador de madera que a mí me
pareció bastante alto. No me hagáis mucho caso; …quizás mi estatura era más
bien bajita y yo lo veía enorme.
Tras dicho mostrador observé
que, de espaldas, un señor estaba sentado e inclinado sobre una mesa mientras
escribía o hacía algún tipo de cuenta. Había un gran silencio en aquel lugar. No existía nada que perturbase al buen hombre su concentración en lo que tenía entre manos. De pronto, entré muy rápido y decidido a conseguir
aquella materia prima que tanto necesitaba y ansiaba, por lo que, ni corto ni perezoso,
en voz alta, enérgicamente, lleno de emoción, casi gritando, dije:
- ¡Quería escayola!
…Bueno, bueno, bueno, ... ¡La que armé!. …Aquel
señor que a mí me pareció enorme, casi gigante, se levantó de golpe y se dio la
vuelta. Fue en ese momento cuando vi por primera vez su cara. Estaba roja, muy
roja, con el ceño fruncido; sus ojos, saltones y grandes, parecía que se le iban a salir. Por un momento, me pareció que
estaba enfurecido, casi, casi, cabreado. Esa era la sensación que me producía
al fijarme en su rostro, en cómo y con qué insistencia me miraba a la vez que
me hablaba, …en fin, casi gritaba, vociferaba.
- ¿Cómo dices?... ¿Qué forma
de entrar es esa?..., - me dijo con voz fuerte y retumbante, continuando, - No se entra en ningún sitio de esa manera
Manteniendo la respiración,
no me atreví a abrir la boca. Tenía miedo a que la situación se complicase
todavía más. Yo, con mi carácter tímido, introvertido, que solía disgustarme y
pasarlo mal si alguien me llamaba la atención, aquello era demasiado. Me sentí
hundido, afligido de verdad. Víctor, no me estaba echando una simple regañina,
un rapapolvo. Ni siquiera una reprimenda. Era una verdadera bronca en toda
regla. Comencé a notar que las piernas, …más bien todo el cuerpo, me temblaba a
la vez que un sudor frío recorría mi nuca. Podía advertirlo muy claramente. Traté,
entonces, de mantenerme inmóvil, sin rechistar para ver si se calmaba y la
situación se comenzaba a normalizar. Tras unos segundos, para mí interminables,
sin decir absolutamente nada pero manteniendo la vista clavada en mis pupilas,
de pronto, aquel señor, rompió el silencio, exclamando:
- Vamos a repetirlo. Tienes
que salir ahí fuera y volver a entrar. Pero esta vez, lo vas a hacer bien. …Y
yo me ocuparé de que así sea

- Al llegar, das dos o tres
golpes suaves en la puerta y dices “¿se puede?”. A lo que yo te contestaré
“Adelante”
- Pasas y me dices “Buenos
días”, a lo que yo te responderé “Hola,
Buenos días. ¿Qué deseabas?". Y, ya está. Tan difícil no es, ¿verdad?. Esa es la manera correcta de hacerlo.
No se te olvide. ¡...Venga!. …Vamos con ello
A continuación, hicimos lo
acordado tal como él lo había dicho. …Y no solo una vez, sino que lo repetimos
dos más. Al final, creo que le gustó como lo había hecho. Ya, notándolo
más tranquilo y relajado, con un tono de voz más pausado y casi paternal, me
dijo:
- Ahora SI. Me ha gustado;
así es como tienes que hacerlo siempre. No se te olvide
- Bueno, …entonces, …vamos…
¿Qué era lo que querías?
A mí aquello, a pesar de los
nervios y de la vergüenza, en realidad me había gustado. Había sido como un
ensayo, casi como un juego. Después, más adelante, comprendería que, en
realidad, entrando como lo había hecho, Víctor se había asustado; por eso
estaba tan enfadado. Con el tiempo, me fui percatando de la importancia de lo aprendido aquel
día. Y, nunca más entré o llegué a un sitio y comencé a hablar sin más, sin saludar
primero.
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Nota.- La anterior anécdota ha sido redactada de
manera que, a la hora de llevar a cabo su lectura, esta pudiera resultar más
amena, más grata. Además se le ha dado un cierto toque de humor. No obstante,
los hechos aquí narrados así como la secuencia de los mismos, junto con el
personaje, Víctor, son totalmente reales.
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